La casa gemía. La enorme y medio muerta casa gemía como si fuera un animal malherido. Los rotos cristales me miraban pidiendo auxilio mientras yo no podía moverme de miedo. El tejado, bello en los gloriosos tiempos ahora estaba lleno de cicatrices y agujeros de los que la sangre parecía estar fluyendo a borbotones. La puerta abierta dejaba entrever el negro interior. Las escaleras del porche estaban rotas, la desdentaba boca de la casa gemía. La lluvia caía y caía limpiando sus heridas y el viento la mantenía en sus brazos pidiéndole aguantar un poco más.
La casa gemía. La casa se estaba muriendo.